domingo, 4 de enero de 2015

Cotidianidades. Monologo en cinco tiempos.

I
Llega de tanto en tanto un día en el que hay que pensarse de adentro hacia afuera. Como si mordieran las ganas esquían entre callar y decir y me recuerdan que siempre he sido mala hablando en voz alta. Precisamente, por necesitar esa esquina donde dialogo conmigo misma aprendí a escribir. Creo entonces que escribo porque no sé hablar. Habrá quien piense que con los años y con las luces que he llevado en la oratoria esto ha mejorado. Quien lo piense habrá visto  mi vida desde los espejos. 

La verdad es que hablar se me hace cada vez más difícil. En ese ángulo siento una nostalgia terrible del pasado, lleno de nombres, tardes con café, patios de casa. Ahora los encuentros, los cuéntame, los en serio, me producen un profundo espanto. Es tanto el miedo a hablar que hasta he pasado meses donde las palabras escritas andan en silencio. Mirarme desde adentro pasa por sentarme como ahora, casi desnuda, sin mirar a nadie. Sólo dejando que esa voz que se apropia de mis dedos hable.

II
“¿Qué piensa la muchacha que pila y pila?” Hubiese preguntado una voz popular, a la que llamo en estos tiempos donde siento las mañanas tan iguales que me cuesta distinguir entre el miércoles y el domingo. ¿Qué pienso de los planes cumplidos, las cotidianidades perdidas y de un par de fracasos? ¿Cómo acepto la distancia que he escogido y como duermo las noches que despierto? La verdad repaso las hojas con las cuales he renunciado a casi todas las cosas en la vida. Renuncié al doctorado, renuncié a mil trabajos, renuncié a amores que prometían casa, a amores que prometían bodas, a amores que no prometían nada. Renuncié a tenerle miedo a renunciar y sin embargo, me aferré a la posibilidad de renunciar.

Por esta contradicción me cuesta imaginarme como algo distinto a una gitana urbana, zigzagueando entre lo aplaudido y lo prohibido. Una mujer de letras cuyas aventuras quizás se traduzcan en autobiografía con ese sabor que deja el haber estado cerca sin nunca llegar. Entre esas cosas irrenunciables se encuentra el derecho,  como si quisiera buscar en él una especie de alquimia. Una capacidad de transformar orugas en mariposas y confiara que tiene el inútil don de cambiar cosas. 

Como abogada la vida ha sido cuanto menos emocionante. Creo que la emoción sentida se asocia con una memoria meticulosa. Recuerdo la primera sentencia, la primera ley, la primera decisión administrativa. Recuerdo el último cálculo laboral, la única medida de secuestro. Lo recuerdo tan bien como mal recuerdo donde dejo las cosas en una vida que se tranca por mis frecuentes descuidos.

Todo lo que pueda alguien perder, yo lo he perdido. Todo lo que pueda alguien dañar, yo lo he dañado. Esto menoscaba mi propia confianza y me hace dudar en todas las personas que descuidados de mis descuidos me siguen confiando sus almas.

Sin embargo, a veces creo que esos son mecanismos de compensación. Lamentablemente al noble arte del derecho le tocó nacer en el mundo de los abogados e incluso peor en la bisectriz donde se unen los abogados y los políticos que son muchas veces, la misma cosa. Allí, el terreno siempre es un enmontado que esconde arenas movedizas. El sol y la tierra giran sobre ejes que cambian de sentido sin perder la sombra y tanto te iluminan, tanto te oscurecen.

En este mundo a menudo me siento un hada y una paria. No sé exactamente con cual pie me levantaré cada día. A veces, siento que vuelo sobre el paso pesado de los colegas. Con sus maquinitas que fabrican trabas y otras, me siento la mas impotente portadora de soledades. ¿Con qué sueña una cuando está en donde otros quisieran sin querer lo que los otros quieren? ¿con qué se deleita la sencillez en mundos tan complejos? ¿cómo una rema sin ir en contra de la marea pero tampoco a favor?

III
La verdad es que nunca me ha importado el dinero. No sé si eso refleja mi socialismo o mi base capitalista. El dinero es un fastidioso ente que nos domina. Por él o por no tenerlo pasan a diario las más grandes de las tonterías. La verdad es que pienso poco en él aunque los tiempos me producen las angustias que este vil produce en estas clases desposeídas. El desinterés en el dinero no ha logrado convencerme de que no me interese el no tener donde planificar un porvenir tranquilo. No me gustan las cosas grandes, me gustan las cosas tranquilas. Un carro pequeño, un espacio limpio. No me gusta el dinero y odio que su presencia y su ausencia, su desplazamiento indeseado pero inevitable me lleve tiempo.

IV
Con el tiempo una adquiere mañas. Eso no puede evitarse ni con el tinte que cubre las canas. La edad es así y la hace a una mañosa. Detesto el sonido de voces que me rodean cuando no hablan conmigo. Me generan un estado de nervios que domino mal y esto es tan intenso como la necesidad de tomar un vaso de agua cada vez que tomo café y de dejar media taza, medio vaso, de cada cosa que se me acerca. En realidad, creo que soy fastidiosa a largo plazo. Como esas músicas estruendosas que a la primera nos alegran y luego nos torturan. Soy como todas esas cosas, un manojo de fastidios que se fastidian.

V
Si con el tiempo una tiene mañas hay otra cosa igual de inevitable: el sufrir cambio de aficiones y algunos pasan así, simplemente porque a ellos les da la gana. Una de las cosas por las que fui famosa en otrora era por mi amor por las telecomunicaciones. Estas me trajeron algunas grandes alegrías pues por medio de estas, por ejemplo, tuve una amiga en mi abuela, conocí a sus primas, conservé amigos con los que sólo coincidí en un momento. La verdad es que he desarrollado una fobia a hablar por teléfono. Desde que suena, el perol se transforma en mi existencia. Sé que de él saldrán las simples preguntas que no quiero contestar, un rugido en la voz de alguien que se dirá decepcionado de saber que no tengo nada que contar, que no cuento nada que no sepa, que no quiero saber lo que cuenta. Esta es sin duda una de esas cosas curiosas. Uno de esos puentes entre renunciar y aferrarme que tengo porque renuncio a estar presente por aferrarme a voces, alegrías, pasados…